La Conferencia Episcopal Tarraconense, en la reunión del pasado 4 de febrero, habló de dos temas, muy actuales, que tienen, los dos, íntima relación con la vida humana: el tema de la crisis económica y el del aborto.
De estos dos temas queremos hacer hoy, y con vosotros, fieles de la diócesis de Lleida y ciudadanos, una reflexión desde la palabra de Dios: ¿»Dónde está tu hermano»? (Gn 4,9)
Fue la pregunta de Dios a Caín, cuando éste acababa de matar Abel: ¿»Dónde está tu hermano»? (Gn 4,9).
Los hombres y mujeres de hoy, ¿seremos capaces de sentirnos interpelados por la misma pregunta? ¿»Dónde está tu hermano»?
Hay muchas maneras de matar o hacer imposible el vivir. La «insensibilidad» o «inactividad» ante la necesidad urgente que experimenta nuestro «hermano» nos afecta todos, a cada uno a un nivel o medida diferente. Hace falta que todos recordemos la sentencia de san Juan: «Quien no ama a su hermano es un homicida». (Jn 3,14).
Ciertamente la crisis económica es mundial. No entramos a averiguar las causas y magnitud del problema. Tampoco en su solución técnica. Sí que querríamos deciros -y decirnos- una palabra, a la luz del Evangelio.
Ante la crisis, tenemos el peligro de ver sólo como se apaña cada uno de nosotros, cómo podemos evitar sus consecuencias en nuestra economía, o en la economía familiar, o de grupo…
¿Y nuestro «hermano»? En este caso, la «indiferencia» puede llegar a ser una especie de homicidio. Hay mucha gente, muchos «hermanos», que no pueden vivir. Se lo pasan mal. Han perdido el trabajo… Todavía no piden por la calle. Todavía no se ven forzados a robar. Ni lo harán, por ética y por dignidad personal.
Pero precisamente por eso hace falta que «abramos los ojos», que nos demos cuenta del problema y de los que lo sufren en nuestro entorno. Estamos seguros de que, si abrimos «los ojos», abriremos también la «mente» y el «corazón». Se nos ocurrirán soluciones, maneras de ayudar, quizás formas de dar trabajo… El amor es ingenioso. Lo ha sido siempre.
La historia de la Iglesia -estamos hablando a los fieles diocesanos, pero también a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que sois muchos- está llena de «buenos samaritanos» que, una vez han visto, han sabido pararse y acercarse y atender al malherido, porque han descubierto en la persona necesitada a un «hermano».
Gracias a Dios, también hoy, ante la crisis, hay muchas personas que no son «indiferentes». Y están surgiendo por todas partes iniciativas generosas, desinteresadas: Cáritas, comunidades parroquiales, grupos diversos… Hace falta que sigamos descubriendo «hermanos», que nos acerquemos, que nos interesemos.
Hemos dicho que no tratábamos de analizar las causas de la crisis. Tampoco el buen samaritano preguntó quién había herido a aquel caminante y por qué. Pero atacó la causa más profunda. El egoísmo de los violentos, que habían dejado medio muerto a aquel hombre cerca del camino, fue vencido por la fuerza del amor.
De hecho, es el egoísmo o egocentrismo, con todos sus derivados, lo que está en la raíz de la crisis. Por eso hará falta que el mundo, los políticos y economistas, y todos nosotros, nos movamos, propongamos, inventemos medidas contra la crisis… Pero no podemos olvidar la raíz, para no equivocar la solución.
Y seguimos oyendo: “¿Dónde está tu hermano?”
Es cierto que la crisis económica es fuerte y global. Pero no lo es menos la crisis de valores. Y el valor primero, para nosotros valor absoluto, es la vida. Nos faltaría sinceridad, si habláramos de derechos humanos, de Estado de Derecho, y no respetáramos con toda firmeza la vida, la vida de todos y todas, y la vida en todos sus estadios.
Es el caso del aborto. Una vida humana es siempre un sujeto a venerar, a defender, a proteger. Más, cuando es más indefenso. Su «existencia» no puede ser nunca objeto de debates para llegar a un consenso.
En esta veneración, protección y defensa se manifiesta, de una manera especial, el nivel humano, personal, ético e incluso intelectual de una sociedad y de todos sus miembros, sea cual sea su nacionalidad, afiliación ideológica, política o religiosa. Todos tenemos que ser defensores de la vida. La vida siempre es un bien. A la pregunta de Dios ¿»donde está tu hermano»?, no podemos responder como Caín: «No lo sé. ¿Acaso soy el guardián de mi hermano»? (Gn 4,9).
Por eso, queremos decir a todo el mundo, especialmente a los padres y madres:
Queridos, valorad la vida como un don de Dios. El aborto no es ninguna solución. A quien os propusiera, os permitiera u os hablara de eliminar a vuestro hijo, sea cual sea la expresión utilizada (interrupción del embarazo, ejercicio del derecho de la mujer a disponer de su cuerpo…) no habríais de escucharlo. Consideramos que en eso no quieren vuestro bien ni el de vuestro hijo.
Por encima de todas las dificultades que, especialmente vosotras, madres, experimentáis a menudo en la gestación de vuestro hijo, no lo dejéis solo, no prescindáis de él. Siempre será para vosotros un tesoro. Eso sí, hace falta que exijáis que todos os ayudemos, que la sociedad os ayude. Es misión de todos daros apoyo. Sin embargo… dadnos vosotras esta lección, que no es otra que amar de verdad.
La Iglesia quiere estar siempre a vuestro lado. Quiere -y puede- ofreceros en sus instituciones («Centro de Orientación Familiar», Càritas…) ayuda, apoyo, consejo, tanto material como psicológico y moral, a fin de que vuestra decisión de mantener la vida del hijo, decisión que os honra y os dará paz, sea al mismo tiempo apoyada por todos. Padres y madres, no dudéis en utilizar éstos y otros servicios de la Iglesia.
Que Dios os bendiga a todos y a todas.
Vuestros hermanos, Joan Piris, Obispo,
y los miembros del Colegio de Consultores.